Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por
algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos.
Nehemías 1:4
Nehemías no tenía miedo a la emoción, ni era reticente a mostrarla. Notemos
que él se sentó e hizo duelo. Algunas personas se niegan a mostrar ningún tipo
de emoción externa, lo cual no es saludable. Los sentimientos reprimidos son dañinos y necesitan ser liberados. Si no liberamos nuestras emociones en los
momentos apropiados, como hizo Nehemías cuando oyó que los muros de
Jerusalén habían sido destruidos, nuestras emociones nos carcomerán por dentro.
Ahogar o reprimir nuestros sentimientos también puede causar problemas
físicos, como problemas para dormir y problemas digestivos. Quizá ha oído de
personas que han visitado a un médico, porque se sentían tan mal que estaban
convencidas de que algo malo les ocurría. Cuando les realizaron todo tipo de
análisis médicos, el médico no encontró nada y simplemente dijo que sus
síntomas estaban relacionados con la ansiedad. Nuestras emociones siempre se manifestarán de algún modo, de manera que es mejor que las abordemos antes de que nos aborden.
Dios nos creó con lagrimales y la capacidad de llorar, lo cual debe significar que habrá momentos en la vida cuando, al igual que Nehemías, necesitemos llorar. Ana, la mujer del Antiguo Testamento, lloró e incluso dejó de comer porque estaba quebrantada de corazón por no tener un hijo (1 Samuel 1:7).
David y los hombres que estaban con él cuando descubrieron que los amalecitas habían quemado la ciudad de Siclag y se habían llevado cautivos a todos, “alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar” (1 Samuel 30:4). David también lloró cuando su hijo enfermó mortalmente (2 Samuel 12:21-22). Incluso Jesús lloró por la muerte de su amigo Lázaro (Juan 11:35).
Las lágrimas son, sin ninguna duda, parte del proceso de sanidad en nuestra alma. Dios habla mediante el profeta Jeremías: “Derrama como agua tu corazón ante la presencia del Señor” (Lamentaciones 2:19). Esto nos asegura que Dios quiere que le llevemos a Él nuestro dolor. Podemos contarle todo al respecto, sin
retener nada. Él de todos modos lo sabe todo, pero sacarlo a la luz es muy útil
para nosotras.
Aunque a veces es importante expresar nuestros sentimientos profundos mediante las lágrimas, Dios no nos creó para que nos quedemos indefinidamente
en un periodo de lloro. Hay “tiempo de llorar, y tiempo de reír” (Eclesiastés 3:4).
La Palabra de Dios nos promete: “Por la noche durará el lloro, y a la mañana
vendrá la alegría” (Salmos 30:5). A pesar de lo que esté atravesando en este
momento, pida a Dios que le ayude a lidiar con ello de manera saludable. Llore
cuando necesite hacerlo, pero recuerde siempre que el periodo de tristeza llegará
a su fin. A medida que camine con Dios, Él le guiará a un gran gozo.
Declare lo siguiente:
Expreso mis emociones de maneras saludables, sabiendo que la tristeza
finalmente conducirá al gozo.